
Se nos ha ido la abuela y nosotros nos hemos quedado tristes tristísimos, aferrados a los 'por lo menos':
Por lo menos no ha sufridoYa. Pero bien que le hubiera gustado a ella vivir diez años más y llegar a centenaria.
Por lo menos ha conocido a un biznieto
Por lo menos pudimos celebrar los 90 años por todo lo alto
Por lo menos pudo disfrutar de todos sus modestos 'lujos' hasta el final: de las reuniones de familia, de sus canciones, de sus sesiones maratonianas de parchís y brisca, de sus dulces, de las copichuelas de vino o moscatel que le sacaban los colores...
Cosas de la vida, el aliento que le faltó en sus últimos días parece que se lo ha cedido a nuestro pequeño. Hoy tenemos consulta con la neumóloga y es muy posible que nos permita empezar a estar sin oxígeno las 24 horas.
Casi como en el libro de Jabois, en el que su hijo Manu nace, mientras en la planta de arriba del hospital muere su abuelo. Aquí el recuerdo del escritor, muy parecido al que guardamos todos de estos abuelos especiales que marcan nuestra vida. Hay historias tan parecidas que abruman.
Nosotros también le hemos dado a la tecla. Esto es lo que leímos (mi madre, en concreto) en su funeral de ayer.
"Dicen que a partir de los siete años no nos pasa nada especialmente relevante. Que lo más importante ocurre en esos primeros compases de vida. Muchos de nosotros pasamos esos primeros siete años a tu lado, abuela, bajo el cobijo de tu cuerpo grande y tierno, suave por fuera y por dentro. Rodeados de los olores de tu casa: el del vapor de agua cuando planchabas; el de tus rosquillas con anís, tus manzanas asadas, el de las verduras de tus cazuelas siempre en marcha; el de tus tintes de joven o el plis de tu pelo blanco con reflejos lilas de las últimas décadas; el del cuero y el betún del cuarto de los trastos, donde acumulabas pares y pares de zapatos de hormas imposibles en las que nunca pudiste entrar, por mucho que te empeñaras. Presumida tú.
Me gustaría que todos te recordáramos hoy con una sonrisa. Intentar rescatar esa alegría que desbordabas siempre y esa picardía buena que te gastabas. Como cuando ponías la radio desde primera hora de la mañana, para alegrar a toda la calle. O cuando cantabas canciones de tus tiempos, de las que ya no se encuentran ni rebuscando en internet. O cuando hacías trampas al parchís, como quien no quiere la cosa. O cuando tu sordera de los últimos años desaparecía repentinamente porque habías detectado algo que de verdad te interesaba. O cuando íbamos a la residencia, a visitar a tu hermana o a tu tía, y rejuvenecías diez años. Que casi hacías cabriolas por los pasillos al sentirte tú tan fuerte aún, hasta última hora.

Imposible lograr que pararas quieta, abuela. Tú, que te pusiste el delantal el mismo día de tu boda y no hubo manera de quitártelo nunca. Así te nos has ido, estremando la casa hasta el último momento. Queda huella de tu garbo y buen ánimo por todos los sitios por los que has pasado: por Burlada, por Descalzos, por Nagore, por las casas de lo viejo en las que serviste, por Ujué, por esta Txantrea tan especial que sacasteis adelante tanta buena gente como tú...
Contigo lo aprendimos todo. Las lecciones más importantes. Que la limpieza es media vida y que nunca se madruga lo suficiente. Que como el rinconcico de casa no hay nada. Que no hace falta mucho más que una cocina en marcha, invitados a comer y un poco de jaleo para ser feliz en este mundo. Que los años pasan volando y, después de Navidad, para cuando te quieres dar cuenta ya es San Fermín. Y en San Fermín, para cuando te quieres dar cuenta ya es Navidad. Que el helado es digestivo y que nunca es mal momento para una taza de chocolate caliente. Bien caliente. Que casi escaldaba.
Nos has dejado el corazón helado, como el tiempo que hace allí fuera. Va a costar que llegue el deshielo.
Y tú que rezabas por todos, abuela. ¿Ahora quién lo hará?
Que siga la partida.