viernes, 23 de enero de 2015

Por lo menos


Se nos ha ido la abuela y nosotros nos hemos quedado tristes tristísimos, aferrados a los 'por lo menos':
Por lo menos no ha sufrido
Por lo menos ha conocido a un biznieto
Por lo menos pudimos celebrar los 90 años por todo lo alto
Por lo menos pudo disfrutar de todos sus modestos 'lujos' hasta el final: de las reuniones de familia, de sus canciones, de sus sesiones maratonianas de parchís y brisca, de sus dulces, de las copichuelas de vino o moscatel que le sacaban los colores...
Ya. Pero bien que le hubiera gustado a ella vivir diez años más y llegar a centenaria.

Cosas de la vida, el aliento que le faltó en sus últimos días parece que se lo ha cedido a nuestro pequeño. Hoy tenemos consulta con la neumóloga y es muy posible que nos permita empezar a estar sin oxígeno las 24 horas.

Casi como en el libro de Jabois, en el que su hijo Manu nace, mientras en la planta de arriba del hospital  muere su abuelo. Aquí el recuerdo del escritor, muy parecido al que guardamos todos de estos abuelos especiales que marcan nuestra vida. Hay historias tan parecidas que abruman.



Nosotros también le hemos dado a la tecla. Esto es lo que leímos (mi madre, en concreto) en su funeral de ayer.


"Dicen que a partir de los siete años no nos pasa nada especialmente relevante. Que lo más importante ocurre en esos primeros compases de vida. Muchos de nosotros pasamos esos primeros siete años a tu lado, abuela, bajo el cobijo de tu cuerpo grande y tierno, suave por fuera y por dentro. Rodeados de los olores de tu casa: el del vapor de agua cuando planchabas; el de tus rosquillas con anís, tus manzanas asadas, el de las verduras de tus cazuelas siempre en marcha; el de tus tintes de joven o el plis de tu pelo blanco con reflejos lilas de las últimas décadas; el del cuero y el betún del cuarto de los trastos, donde acumulabas pares y pares de zapatos de hormas imposibles en las que nunca pudiste entrar, por mucho que te empeñaras. Presumida tú.



Me gustaría que todos te recordáramos hoy con una sonrisa. Intentar rescatar esa alegría que desbordabas siempre y esa picardía buena que te gastabas. Como cuando ponías la radio desde primera hora de la mañana, para alegrar a toda la calle. O cuando cantabas canciones de tus tiempos, de las que ya no se encuentran ni rebuscando en internet. O cuando hacías trampas al parchís, como quien no quiere la cosa. O cuando tu sordera de los últimos años desaparecía repentinamente porque habías detectado algo que de verdad te interesaba. O cuando íbamos a la residencia, a visitar a tu hermana o a tu tía, y rejuvenecías diez años. Que casi hacías cabriolas por los pasillos al sentirte tú tan fuerte aún, hasta última hora.

Contigo te llevas esos misterios sin resolver que han rodeado tu vida: el secreto para tener flores bonitas todo el año en las ventanas; para tener una piel de porcelana; tu fórmula para no coger ni un catarro; tu secreto para conservar una paciencia infinita, para no mostrarte nunca cansada ni quejosa. Tú, que has cuidado de tantos y de más que te hubiera gustado cuidar. Que si no llega a ser porque te fallaban tanto las piernas, ya andabas ofreciéndote de canguro para tus biznietos.

Imposible lograr que pararas quieta, abuela. Tú, que te pusiste el delantal el mismo día de tu boda y no hubo manera de quitártelo nunca. Así te nos has ido, estremando la casa hasta el último momento. Queda huella de tu garbo y buen ánimo por todos los sitios por los que has pasado: por Burlada, por Descalzos, por Nagore, por las casas de lo viejo en las que serviste, por Ujué, por esta Txantrea tan especial que sacasteis adelante tanta buena gente como tú...

Contigo lo aprendimos todo. Las lecciones más importantes. Que la limpieza es media vida y que nunca se madruga lo suficiente. Que como el rinconcico de casa no hay nada. Que no hace falta mucho más que una cocina en marcha, invitados a comer y un poco de jaleo para ser feliz en este mundo. Que los años pasan volando y, después de Navidad, para cuando te quieres dar cuenta ya es San Fermín. Y en San Fermín, para cuando te quieres dar cuenta ya es Navidad. Que el helado es digestivo y que nunca es mal momento para una taza de chocolate caliente. Bien caliente. Que casi escaldaba.

Nos has dejado el corazón helado, como el tiempo que hace allí fuera. Va a costar que llegue el deshielo.

Y tú que rezabas por todos, abuela. ¿Ahora quién lo hará?

Últimamente te despedías diciendo 'Gracias por todo', con un hilo de voz gastada y cansada en el que apenas reconocíamos tu fuerza de siempre. Gracias a ti, abuela. Imposible olvidarte".

Que siga la partida.



4 comentarios:

  1. No llegué a conocer a la abuela personalmente. La conocí a través de su hija que, para bien o para mal -más para bien-, siempre me ha hablado de ella. Y está muy bien traído lo que habéis escrito sobre ella, pero -siempre hay un pero- me resultó más cálido y emocionante oírselo a Charo en el funeral. Charo, quisiste ser fuerte al ir desgranando la lectura, con voz firme y fluida y, al final, te traicionó la emoción, como corresponde... Tu lectura y la jotica a la Virgen me emocionaron. Adiós bisabuela allá donde estés.

    ResponderEliminar
  2. Querida mamá:
    Ya ha pasado el primer domingo sin tí y sin las partidas de parchís. Hace 21 años que murió el papá por lo que he calculado a una media de 20 partidas por domingo (hubo muchos que hacíamos hasta 30) habremos jugado más de 20.000, que se dice pronto.
    Fuiste tu la que nos enseñaste a jugar a todos, de pequeños, tenías una paciencia infinita para todo, algo que parece que no he heredado, por desgracia.
    Lo que sí creo que he aprendido es a saber decir gracias, que es una de las palabras más bonitas que aprendí de ti.
    Y hoy te quiero dar las gracias por todo, por toda tu vida, si se pudiera elegir una madre, siempre te elegiría a ti.
    Me quedo con todo lo que me has dado, con todo lo que me has enseñado, con todos tus refranes. Gracias por todo, mamá y sigue ayudándonos a todos, desde donde estés, que desde luego si hay cielo tienes que estar en la primera fila.
    Javier, tu biznieto, te ha elegido como su angel de la guarda. Así está de guapo y de simpático, que es el crío mas sonriente del mundo.Si velan por él, Javier Guibert y ahora tu desde el cielo, no se puede tener más suerte. Ya te iré contando. Besos mamá

    ResponderEliminar
  3. Poco a poco, voy desmantelando la casa, mamá. Vaya cosa más triste, tantos recuerdos en cada cajón que voy abriendo...
    Tengo separada toda tu ropa y calzado, para llevar a la parroquia de San Miguel, que allí hay un grupo de mujeres que se dedican a repartir. También creo que llevaré toda la ropa de casa que esté en buen uso, toallas, sábanas, sobrecamas.
    Las pocas joyicas que tenías, las he repartido entre Margari, que es tan presumida como tu. El collar de perlas majórica, se lo daré a Loli, que parece ser que le gustaba, Yo me he quedado con tu reloj, tu alianza y tu medalla de la madre, con intención de que lo tengan Jone y Amaia, que lo han pasado muy mal las pobres, te querían tanto... Yo me iba mentalizando que no te quedaba mucho tiempo entre nosotros, tantas caídas seguidas, que sin recuperarte de una, ya te caías otra vez. Pero ellas creo que no se habían hecho a la idea en absoluto. Me alegro de que las últimas caricias que te llevaste, fueran las de ellas, que tres horas antes de que nos dejaras, estuvieron con nosotras y se hincharon de darte besos, eso que era incómodo con la mascarilla.
    Han aparecido tropecientos mil recordatorios de difuntos, mira que has ido a funerales. Guardabas recortes de periódicos con cartas mías al director, o reportajesde Carlos corriendo maratones.Postales que te mandábamos cuando íbamos de viaje. En un cajón apareció el Misalito Regina, que me regaló la hija del joyero Alforja (casa en la que servías) con su dedicación, me hizo mucha gracia. Y es que todo lo guardabas. Todos los recibos de la Caja, desde el año catapún. Anda que no he llenado bolsas. Bueno, seguiré poco a poco, porque lleva su tiempo......

    ResponderEliminar