Lo tenía pendiente, pero la tarea no es fácil ¿Cómo agradeces a alguien que haya salvado la vida de tu hijo y te haya dado un curso acelerado para ser padre de una ranita palpitante, empeñada en aferrarse a la vida a pesar de tener tantos factores en contra? Complicado.
Ya llevamos en casa un mes, después de cortar el cordón umbilical que nos ha unido accidentalmente a una unidad hospitalaria de recién nacidos durante 132 días. No hay palabras para agradecer lo que han hecho por nosotros los casi 70 médicos, enfermeras y auxiliares que trabajan allí dentro, salvando vidas con la normalidad con la que otros venden pescado, construyen un edificio o ponen tapas a un par de zapatos. Los 70 magníficos.
Nuestro pequeño ha pasado tantas mañanas de carreras por los pasillos, tantas tardes de incertidumbre y tantas noches para olvidar que todo el personal ha tenido su dosis. Esperamos que él haya compensado esos malos ratos con sus medias sonrisas y ese mirar sin ver poco más que bultos que todavía tiene él.
Me gustaría dar las gracias una por una a todas las personas que le (y nos) han cuidado durante estos cuatro meses y pico, pero han sido tantas que prefiero no meterme en ese lío, por miedo a olvidarme de alguna de la que no llegué a saber el nombre o de equivocarme con otras.
Bueno... ¡a la porra! Voy a hacerlo. No estarán todos los que son, pero son todos los que están, y qué menos que este pobre agradecimiento. Cualquier cosa se quedaría pequeña ante el trabajo que han hecho, pero debo unas mínimas palabras de gratitud a...
... Magdalena, una de las enfermeras que recibió a nuestro bebé la madrugada en la que empezó todo, porque lo ha cuidado y se ha interesado por él desde el principio hasta el final, porque deseaba casi tanto como nosotros que empezara a respirar por sí mismo y porque, aún siendo su día libre, estuvo pendiente del whatsup la tarde en que Javier dio su primer gran paso para conseguirlo.
... Erika, una de las primeras hadas verde turquesa que conocimos en la UCI, por su cercanía, sus buenos cuidados, por su interés por los pequeños y por atender las dudas y quebrantos de sus padres con tanta paciencia e interés.
... Neketxu, por cantarles a los peques canciones de Serrat y animarnos a las mamás a darles pecho, aunque muchos apenas tienen fuerza para respirar cuando llegan a este santo lugar.
...
Silvia, compañera de colegio reencontrada veintitantos años después, tan preocupada por que practicáramos el método canguro lo antes posible o por corregir posturas de nuestro bebé, para que su esqueleto se resintiera lo menos posible de los meses de ingreso.
... Miriam, por meternos a los padres en el 'paquete' de cuidados diarios, motivarnos, animarnos y aguantar con santa paciencia nuestras tonterías y nuestros chistes malos; por dar un toque cálido a ese entorno de máquinas y pitidos con sus dibujos y con los muñecos que apaña con un par de vendas, de manera que los rodillos con los que sea arropa a los bebés para imitar el recogimiento uterino se convierten en un motivo más para sonreír ante el pequeño.
... Yolanda, por su voz dulce, por sus susurros tranquilizantes, por pasar de compañera de pupitre en clase de inglés a cómplice en un mundo que nos quedaba muy grande.
... Sagrario, por sus sabios consejos de veterana que ayudan a pisar suelo, prescindir de tonterías y quitarnos miedos.
... Patricia, por su ayuda para que Javier entrara por la vereda de la lactancia materna directa, cuando todavía necesitaba de sondas y muchas dosis de paciencia para llenar esa mini barriguita suya.
... Andrea, por esas tardes de 'chill-out' neonatal tan reparadoras para estos peques.
... Maialen, una hormiga laboriosa que sacó a nuestro pequeño del abismo en varias ocasiones en las que le faltó el aire.
... Raquel, récord en horas de cuidados a nuestro hijo, generosa en implicación y consejos personales que no entran en el sueldo, pero se agradecen infinito.
... Valles, otra esmerada del asunto neonatal; benditas las oposiciones que traen a gente como ella a estos lugares, y bendita su decisión de quedarse, enamorada de los pequeñines.
...
Esther, incansable en la búsqueda de la técnica que evitara que nuestro bebé se arrancara los tubos y desatara el caos; sudó mucho y muchos días en los que Javier se olvidaba de respirar, agotado como un pez fuera del agua en su lucha por sobrevivir.
... Sandra, otra hormiguita aplicada, dulce, discreta, cariñosa... será una tremenda pena si la fría burocracia que lleva a actualizar las listas de personal la aleja de esta unidad.
... Ainara, simpática, chispeante, profesional, una enfermera de moños divertidos que hizo agradables y tranquilas muchas de nuestras largas mañanas y tardes de hospital.
... Edurne, profesional, cercana, amorosa con los bebés, la simpatía en estado puro.
... Damaris, gracias por su color, por su sabor, su forma de trabajar amorosa y alegre, su toque especial... inevitable caer en el tópico al describir el buen hacer de esta enfermera cubana, una mujer con carácter que conocimos a mitad de camino y enriqueció nuestra forma de cuidar a nuestro pequeño.
... Estibaliz, nos grabó a fuego la importancia de mirar al niño a la cara y no obsesionarnos con los monitores ni con las alarmas, una lección importante.
... Marisol, siempre animada, atenta a nuestras necesidades y problemas, siempre con un comentario amable que hacernos y una sonrisa para hacer más llevadera la carga.
... Ada, paciente maestra de trucos básicos para padres primerizos.
... Txaro, oportuna aparición avanzado el tercer mes, cuando parecía que lo sabíamos todo y nos dimos cuenta que había que reaprender mucho; con ella reencauzamos la lactancia sin pezonera y pulimos algunos fallos tontos que estábamos arrastrando en el cuidado del bebé.
... Maite, por dejarse de paños calientes cuando los padres nos ponemos moñas, porque no siempre es fácil dar un toque de atención cuando la situación es tan delicada; por su loco buen humor.
...
Amaia, otra enfermera generosa y cercana, especialista en dar apariencia de terrenal a su labor sobrenatural.
... Josune, no olvidaremos sus dulces nanas en euskera, sus cariñicos a los bebés, su encantador trato a los padres, su buena labor en un puesto de trabajo duro, que te carga la cabeza de penas que inevitablemente te llevas a casa; ojalá todas las alegrías y retos que superan todos día tras día pesen más en la balanza final. Seguro que sí.
.. la 'otra' Josune, coincidimos poco con ella pero nos encantó su manera de cuidar al peque y su mano para que tomara sin atragantarse y ponerse de todos los colores sus primeros biberones. Le deseamos todo lo mejor en su próxima maternidad.
... Leyre, puro nervio y acción, generosa en su disposición a darnos clases extra de masajes y reflexología para bebés estreñidos y coliqueros.
... José Manuel, sus dos metros de altura no le impiden manejar con habilidad esas microvidas que pasan por sus manos de gigante verde hospital.
... Julia, la conexión lerinesa que no podía faltar. Este año, ella y Javier se han quedado sin las fiestas del pueblo, pero el que viene seguro que nos cruzamos calle Mayor arriba, calle Mayor abajo. Gracias por los mil biberones que preparó y calentó y por estar al quite en los apuros.
... Sara, nuestra maga del tercer pasillo, dulce compañía cuando ya nos encontrábamos en la parrilla de salida y crecían por momentos los nervios y las dudas ante nuestra inminente exposición al mundo exterior.
... Resu, veterana del equipo de limpieza al que tantos fregaos les hemos pisado durante todo este tiempo; por allí andan todas ellas, pasando y repasando cada dos horas todos los rincones del servicio, para que se puedan comer sopas en el suelo.
...Y gracias también a todas las auxiliares de enfermería, a las 'desconocidas nocturnas' que no llegamos a encontrarnos cara a cara hasta el último momento y al personal de la 'trastienda' que no hemos llegado a conocer o con el que no hemos coincidido mucho: las dulces 'maites' (me salen al menos cuatro, a cada cual más increíblemente amable y profesional que la anterior), Carmen, Esperanza, Goretti, Isabel, Marta, Selma, Elisenda, Luisa, otra Amaia, otra Ainara...
Son muchas y aún faltan más. Y todavía no he hablado de los grandes alquimistas del servicio de neonatología: los médicos. Qué decir a Ana Lavilla, que me ha acompañado y comprendido sanitaria y personalmente en este tránsito a la maternidad más de lo que ella imagina. A Javier Guibert, capitán general de este barco, incansable en la búsqueda de la solución perfecta y menos invasiva para cada niño. A Amaia García, que vivió alguno de los peores días de nuestro bebé y también el mejor de todos, cuando por fin, la mañana menos pensada, pudo quitarle su primer respirador, el que nos impidió conocer el llanto de nuestro hijo y cogerle en brazos hasta casi los dos meses de vida. A Maite, que supo animarnos en los primeros días con aquella placa que mostraba un pulmón en evolución favorable, aunque aún quedaba tanto por delante para recuperar el tiempo que la preclampsia nos quitó (más de lo que entonces podíamos siquiera imaginar). A Concha, Nuria, Soledad, Jorge...
Quedo lejos de describir el trabajo que realizan todas estas personas a diario con una apariencia de rutina pasmosa, pero me quedo satisfecha de haber dado al menos algunas de las pinceladas que han hecho especiales a cada una de ellas en nuestro paso por su casa. No queráis conocerlos, al menos en su lugar de trabajo, pero si os toca, sabed que estaréis en buenas manos.
Y sería injusto, ya puestos, no citar a TODOS LOS DEMÁS:
Al equipo que hizo la cesárea, encabezado por dos mujeres fuertes y sabias, muy a lo Madame Curie, las doctoras Roche y Ruiz.
Al anestesista mágico, Laureano Buendía... digo Menéndez. Que todos los alumbramientos sean tan poco dolorosos como el que él me propició.
A los médicos y enfermeras de la UCI de adultos. Guardo un recuerdo muy especial de Andrea, que me inició en el arte del sacaleches y me cuidó con tino y dulzura. También de Nekane, que me consoló en la peor de las noches, y de un enfermero de ojos azules que pasaba por ahí, y me dejó desconcertada al convertirse en la primera persona en darme la enhorabuena, muchas horas después del parto. Pues sí, en hora buena.
A todos los profesionales de nuestro centro de salud que han seguido al minuto la evolución de Javier, a las trabajadoras sociales, Laura, Mari Mar y Teresa, a los especialistas que nos han visto y los que están por venir. A la familia, a los amigos, a los conocidos, a los amigos de los conocidos, a los vecinos que ofrecen apoyo "para lo que sea", a los desconocidos que han surgido en el camino, que también los ha habido...
Así, a bulto, los 70 se nos disparan a más de 300.
300 personas que nos han acompañado en nuestro particular paso de las Termópilas. El camino es estrecho, pero las ganas de ganar esta batalla se hacen hueco por cualquier resquicio. Toma metáfora cursilona. Qué bien traído todo.