martes, 30 de diciembre de 2014

Hermoso y rotundo como una patada



Desde hoy ya llevamos oficialmente más días en casa que en el hospital: 133 (132+1). Estos son nuestros números:
Vamos camino de los nueve meses reales y ya hemos rebasado los seis corregidos. 
Peso: cinco kilos y 300 gramos (nueve veces más de lo que llegó a ser). 
Siete tomas, dos de purés y frutas. No se puede decir que le encanten, pero vamos avanzando.
Ya saturamos casi siempre a más de 92. Ahí al lado queda el 98 soñado.
Unas 16 horas de sueño diarias, sin incluir microsiestas. Tres noches de tirón. Ni una de insomnio. 
Hemos probado cuatro tipo de tetinas, otros tanto tipos de biberones, cinco o seis mordedores y unos 20 baberos (oscuros, claros, de paño, de plástico, rígidos, semirígidos, con cierre de lazo, de velcro, de click...). Una oferta de locos. Con las cucharas, no hemos vuelto a repetir el error. La primera ha servido. 
A un mínimo de dos paseos diarios de 3 kilómetros cada uno, nos vamos a 800 kilómetros, con lo que si nos llega a dar por echarnos la mochila encima y avanzar sin mirar atrás podríamos estar ya viniendo de vuelta de Santiago de Compostela o encontrarnos a un tris de llegar a París, dependiendo de a dónde hubiéramos tirado. Ya hemos hecho surco en el valle.
Dejé de calcular la leche que me sacaba cuando rebasé los 100 litros, allá por agosto.
Dejamos de calcular el gasto sanitario que hemos generado cuando superamos el precio de la hipoteca -también allá por agosto-, no vaya a ser que a alguno se le ocurra pasarnos la factura.
Momento crítico: un catarro de cuatro días de mamá. Un calvario. Las horas han pasado lentas y pesadas. Parece que nos hemos librado del temido contagio. Tocamos madera.
Con estas cuentas cerramos un año difícil de olvidar para toda la familia, marcado por dos despedidas inesperadas e injustas. En el último momento, un nuevo desgarro. La tía Consuelo nos dejó el día de Navidad. Un día impensable sin ella. El día en que todos saboreábamos sus polvorones caseros, sus menudillos, su sopa de almendra, sus garrapiñadas, sus aceitunas y pepinillos de media tarde. Si te tocaba en su grupo cuando empezaba la timba de cartas, ya sabías que tenías mucho ganado. Deja el recuerdo de una mujer poderosa, bella, sobria y elegante. Mezcla de matriarca navarra y actriz clásica, al tipo antiguo. Muy Cate Blanchett. Muy Azqueta.

No pudo ser. Parece que habíamos gastado nuestro cupo de milagros para 2014.

Acaba un año duro como pocos. "Hermoso y rotundo como una patada", escribió el poeta peruano Pedro Escribano. Las pérdidas han sido irreparables, golpes en el estómago que nos han dejado sin respiración. Pero también ha sido emocionante ver cómo  Saray y Javier ganaban la batalla y conocer la llegada de Emma, Marc y Alaitz, nuevas personitas muy cercanas, que nos garantizan una gran primavera. El contrato relevo, que dice el abuelo paterno.

Qué mejor que seguir dando y recibiendo patadas, aunque duelan. Eso deseamos para 2015. Salud.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

Mandalas, medelas y otros santos

Javier, dando cuenta de una de sus pócimas mágicas.

Nos ha faltado alquilar un chamán por horas. Por lo demás, durante estos ocho meses, hemos echado mano de todo tipo de sortilegios, rezos, mantras, supersticiones locas y pensamientos positivos propios y ajenos. Todo nos ha venido bien para criar a nuestro ternerillo lechal:

Las mandalas que pintaba una amiga para mandarnos fuerza.
Las danzas espirituales que ha practicado una compañera de la tía Arantza pensando en nuestro bebé.
El altarcillo con vela perpetua que montó la abuela Goita encima del radiador de la cocina, que empezó con una estampita de la Virgen de los Balbases y acabó con un santoral que desbordaba por los tres cantos y casi nos cuesta un disgusto, cuando casi se incendia la casa del pueblo.
La llamada a filas de la abuela Txaro, que puso a rezar a media Navarra, ordeno y mando. Cliente que entraba en la tienda, cliente que salía con tarea para tirar del carro.-
Las oraciones de la bisabuela Pepita ante el niño Jesús de porcelana tamaño bebé prematuro que tiene en el comedor.
El apoyo de otros familiares, amigos, amigos de amigos, conocidos y desconocidos, que nos ha llegado vía redes sociales.
Y más que no sabemos.

Nosotros -los padres- hemos mantenido nuestra devoción enfocada a San Corticoide y Santa Medela, patrona de los sacaleches prestados y propios que nos han acompañado estos meses (gracias Aitziber, no sabes cuánto me ayudó tener tu cacharro a mano desde el primer momento). También hemos echado mano de conjuros naïf tipo "si encesto el pañal en la papelera, hoy bichín satura todo el día a 98". O "Cuando acaben las obras de la acera del hospital, nos dan el alta seguro segurísimo (de hecho, las obras se remataron después de los cuatro meses de ingreso; los operarios tuvieron a bien esperarnos, para no romper ningún equilibrio cósmico)".

Ahora que nosotros vamos necesitando menos toda esa energía que nos han mandado de acá y acullá, toca redirigirla para la tía Consuelo, para la abuela Goita y para la tía Raquel, que andan de hospitales estos días, pasando malos momentos que seguro que vamos a superar, todos a una. Fuerza entonces para las tres, doble ración para Consuelo. Y también mandamos un lote para la bisabuela, que se rompió la nariz la semana pasada practicando su deporte favorito: paseo extremo por casa.

Menudos sustos para rematar el año. Que acabe ya y empezamos cuaderno nuevo.

Me voy, que ya ruge la marabunta.

martes, 9 de diciembre de 2014

Big foot

Evolución del pinrelillo de Javier, del 9 de abril a hoy.


No somos de los que engordamos dos kilos al mes. La cosa va lenta. De hecho, aún conseguimos meter a nuestro principito dentro de esa camisa de cuello Mao que nos encanta a todos, aunque la etiqueta indica que es para bebés de un mes. Y eso que hoy cumplimos ocho.

El gramo nos cuesta sudores, pero esto va avanzando y ya rozamos los cinco kilos.

El pinrel de Javier apunta maneras. Quizá en un futuro pueda dormirse de pie, haciendo vela para no desequilibrarse con esas orejas de soplillo que se le están poniendo a fuerza de llevar las gafas de oxígeno (que me perdonen las abuelas por hablar tan crudamente de los defectos de su nieto, esos que ellas ni vislumbran).

Por lo demás, lo que más rápido le crece al gato son las uñas. Andamos a razón de una manicura cada tres o cuatro días, para no acabar albardados a arañazos. Una pena que no hagan percentiles de generación de queratina. En eso íbamos a barrer.

Hemos celebrado los ocho meses con un fondo de ojo, un análisis de sangre y una sesión de rehabilitación. Así que, en cuanto a celebraciones, la cosa solo puede ir a mejor.

El día se ha dulcificado con un regalo de la tía Amaia. Un calendario de esos con piececitas que se pegan con velcro para saber qué día es, en qué estación estamos, qué tal tiempo hace y si es el cumpleaños de alguien de la familia. Javier lo podrá empezar a entender dentro de dos años y tres meses, si hacemos caso al fabricante. Qué sabrán los fabricantes.

Guardaré el calendario como oro en paño, junto con las pinturas de palo que me regalaron para él cuando aún estaba en mi barriga.

Llevamos un ritmo loco de regalos. Cualquier día alguien aparece con unas cuchillas de afeitar o un abono para los toros. Que me lo huelo. Parece que los primerizos no somos solo nosotros.

Por lo demás, todo va bien, ya de lleno en este amenazante invierno. Pese al trajín de médicos y las cucharadas de puré metidas a traición que perturban su tranquilidad, nuestro pequeño se porta como un santo. A veces dan ganas de llorar de lo bien que se lo toma todo.

Es verdad que algún 'botón' de muestra nos ha enseñado, no nos vamos a engañar. Esta misma tarde se ha pillado un rebote con doble tirabuzón de asustar. Casi revienta el monitor. Pero ahora ya duerme, agotado. Angelico.









lunes, 17 de noviembre de 2014

Qué calor



Casi 40.000 visitas a nuestro pequeño homenaje a Javier Guibert. Cómo arrastran las grandes personas y cuánto calor, por la parte que nos toca. No nos va a hacer falta calefacción en todo el invierno.


Impresionante lo de las redes sociales. Mil gracias por el apoyo y todas las historias personales que nos han llegado estos días. Menudo colchón blandito en el que apoyarse para descansar. Esperamos que nuestra historia también ayude a otros. Estos bebés son más fuertes que un rayo.






miércoles, 12 de noviembre de 2014

Maldita ola


Miro a nuestro pequeño y no puedo evitar recordarle, un mes después de aquella pésima noticia que no queremos acabar de creer. Su muerte. En mi cabeza resuenan el eco de sus consejos, sus explicaciones, su interés por nuestro estado de ánimo y nuestro descanso.

"¿Qué tal estáis?", solía preguntar, al acercarse a la incubadora para darnos el parte de cada mañana. Y nosotros contestábamos haciendo alusión al bebé: "Parece que está mejor que ayer, más tranquilo al menos"; "Se le ve molesto porque no hace cacas"; "Hoy está sonriendo más que nunca"...

"No. Pregunto que qué tal estáis vosotros", aclaraba. Y te descolocaba.

Cómo estaba nuestro bebé ya lo sabía él, mucho mejor que nosotros. Fue uno de sus quebraderos de cabeza de la pasada primavera. Tuvo que pensar y repensar mucho para darle el grandísimo empujón que necesitó para seguir entre nosotros. Lo logró. Un nuevo reto superado, acumulado a muchos otros. Cientos.

Así era Javier Guibert, el médico que sacó adelante a nuestro hijo, su diminuto tocayo, un trocito de vida que llegó a sus manos con 730 gramos y unos pulmones pobres de solemnidad.

Nos explicó decenas de veces lo que le sucedía a nuestro pequeño con palabras muy parecidas a éstas: "Es como si Javier tuviera una ola a la altura de la nariz. Él lucha por respirar, hace un esfuerzo tremendo por permanecer a flote, pero cualquier movimiento del mar por mínimo que sea provoca que se ahogue. Es un desgaste muy importante, como si estuviera todo el tiempo corriendo un maratón. Lo que tenemos que intentar es que esa ola que ahora le ahoga vaya bajando de nivel".

La metáfora de la ola. La metáfora del maratón. Sus jarros de agua fría, servidos en ocasiones de dos en dos, para que no bajáramos la guardia. Todo sirvió para bien. Nos curtió y ayudó a partes iguales.

Contra lo que la gente pensó al conocer el abrupto final de mi embarazo, nuestro drama no fue tan grande precisamente gracias a él. Nos hizo sentir en las mejores manos. Vislumbramos desde el principio una persona brillante, un genio del gremio, un sabio de los que abren caminos. Un insustituible de mirada aguda, pocas palabras superfluas y buena puntería. Secó nuestro caudal de lágrimas para llenarlo de ganas de salir adelante.

Nos implicó como padres en la tarea hacer progresar a Javier haciéndonos creer en la importancia crucial del método canguro y la lactancia materna, aunque nosotros en el fondo nos sabíamos prescindibles, rendidos a la evidencia de que sin él y su equipo no había mucho que hacer.

Guibert ha sido uno de esos seres que te encuentras en el camino y te recuerdan el modelo de persona que te gustaría llegar a ser. Hoy es ese ángel que sentimos revoloteando sobre nuestras cabezas, vigilando cómo evoluciona nuestro pequeño, corrigiendo, señalándonos lo esencial para que no nos distraigamos con lo prescindible.

Desde luego que yo ya voy tarde para llegarle a la suela de los zapatos, pero siento -y el padre de la criatura conmigo- que no podemos tener mejor referencia para encaminar los pasos de este otro Javier que ocupa nuestros días (y noches). Un superviviente que representa solo una pequeña parte del inmenso legado de bebés prematuros que han renacido en los últimos veinte años bajo la batuta de Guibert.

De su mano lucharemos por subir a lo más alto de las olas que aún nos acosan.

Malditas olas. Tan crueles. Tan inevitables.

Allí arriba, en la cresta, nos encontraremos. Tan ligeros como espuma.





miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los 70 magníficos



Lo tenía pendiente, pero la tarea no es fácil ¿Cómo agradeces a alguien que haya salvado la vida de tu hijo y te haya dado un curso acelerado para ser padre de una ranita palpitante, empeñada en aferrarse a la vida a pesar de tener tantos factores en contra? Complicado.

Ya llevamos en casa un mes, después de cortar el cordón umbilical que nos ha unido accidentalmente a una unidad hospitalaria de recién nacidos durante 132 días. No hay palabras para agradecer lo que han hecho por nosotros los casi 70 médicos, enfermeras y auxiliares que trabajan allí dentro, salvando vidas con la normalidad con la que otros venden pescado, construyen un edificio o ponen tapas a un par de zapatos. Los 70 magníficos.

Nuestro pequeño ha pasado tantas mañanas de carreras por los pasillos, tantas tardes de incertidumbre y tantas noches para olvidar que todo el personal ha tenido su dosis. Esperamos que él haya compensado esos malos ratos con sus medias sonrisas y ese mirar sin ver poco más que bultos que todavía tiene él.


Me gustaría dar las gracias una por una a todas las personas que le (y nos) han cuidado durante estos cuatro meses y pico, pero han sido tantas que prefiero no meterme en ese lío, por miedo a olvidarme de alguna de la que no llegué a saber el nombre o de equivocarme con otras.

Bueno... ¡a la porra! Voy a hacerlo. No estarán todos los que son, pero son todos los que están, y qué menos que este pobre agradecimiento. Cualquier cosa se quedaría pequeña ante el trabajo que han hecho, pero debo unas mínimas palabras de gratitud a...

... Magdalena, una de las enfermeras que recibió a nuestro bebé la madrugada en la que empezó todo, porque lo ha cuidado y se ha interesado por él desde el principio hasta el final, porque deseaba casi tanto como nosotros que empezara a respirar por sí mismo y porque, aún siendo su día libre, estuvo pendiente del whatsup la tarde en que Javier dio su primer gran paso para conseguirlo.
... Erika, una de las primeras hadas verde turquesa que conocimos en la UCI, por su cercanía, sus buenos cuidados, por su interés por los pequeños y por atender las dudas y quebrantos de sus padres con tanta paciencia e interés.
... Neketxu, por cantarles a los peques canciones de Serrat y animarnos a las mamás a darles pecho, aunque muchos apenas tienen fuerza para respirar cuando llegan a este santo lugar.
... Silvia, compañera de colegio reencontrada veintitantos años después, tan preocupada por que practicáramos el método canguro lo antes posible o por corregir posturas de nuestro bebé, para que su esqueleto se resintiera lo menos posible de los meses de ingreso.
... Miriam, por meternos a los padres en el 'paquete' de cuidados diarios, motivarnos, animarnos y aguantar con santa paciencia nuestras tonterías y nuestros chistes malos; por dar un toque cálido a ese entorno de máquinas y pitidos con sus dibujos y con los muñecos que apaña con un par de vendas, de manera que los rodillos con los que sea arropa a los bebés para imitar el recogimiento uterino se convierten en un motivo más para sonreír ante el pequeño.
... Yolanda, por su voz dulce, por sus susurros tranquilizantes, por pasar de compañera de pupitre en clase de inglés a cómplice en un mundo que nos quedaba muy grande.
... Sagrario, por sus sabios consejos de veterana que ayudan a pisar suelo, prescindir de tonterías y quitarnos miedos.
... Patricia, por su ayuda para que Javier entrara por la vereda de la lactancia materna directa, cuando todavía necesitaba de sondas y muchas dosis de paciencia para llenar esa mini barriguita suya.
... Andrea, por esas tardes de 'chill-out' neonatal tan reparadoras para estos peques.
... Maialen, una hormiga laboriosa que sacó a nuestro pequeño del abismo en varias ocasiones en las que le faltó el aire.
... Raquel, récord en horas de cuidados a nuestro hijo, generosa en implicación y consejos personales que no entran en el sueldo, pero se agradecen infinito.
... Valles, otra esmerada del asunto neonatal; benditas las oposiciones que traen a gente como ella a estos lugares, y bendita su decisión de quedarse, enamorada de los pequeñines.
... Esther, incansable en la búsqueda de la técnica que evitara que nuestro bebé se arrancara los tubos y desatara el caos; sudó mucho y muchos días en los que Javier se olvidaba de respirar, agotado  como un pez fuera del agua en su lucha por sobrevivir.
... Sandra, otra hormiguita aplicada, dulce, discreta, cariñosa... será una tremenda pena si la fría burocracia que lleva a actualizar las listas de personal la aleja de esta unidad.
... Ainara, simpática, chispeante, profesional, una enfermera de moños divertidos que hizo agradables y tranquilas muchas de nuestras largas mañanas y tardes de hospital.
... Edurne, profesional, cercana, amorosa con los bebés, la simpatía en estado puro.
... Damaris, gracias por su color, por su sabor, su forma de trabajar amorosa y alegre, su toque especial... inevitable caer en el tópico al describir el buen hacer de esta enfermera cubana, una mujer con carácter que conocimos a mitad de camino y enriqueció nuestra forma de cuidar a nuestro pequeño.
... Estibaliz, nos grabó a fuego la importancia de mirar al niño a la cara y no obsesionarnos con los monitores ni con las alarmas, una lección importante.
... Marisol, siempre animada, atenta a nuestras necesidades y problemas, siempre con un comentario amable que hacernos y una sonrisa para hacer más llevadera la carga.
... Ada, paciente maestra de trucos básicos para padres primerizos.
... Txaro, oportuna aparición avanzado el tercer mes, cuando parecía que lo sabíamos todo y nos dimos cuenta que había que reaprender mucho; con ella reencauzamos la lactancia sin pezonera y pulimos algunos fallos tontos que estábamos arrastrando en el cuidado del bebé.
... Maite, por dejarse de paños calientes cuando los padres nos ponemos moñas, porque no siempre es fácil dar un toque de atención cuando la situación es tan delicada; por su loco buen humor.
... Amaia, otra enfermera generosa y cercana, especialista en dar apariencia de terrenal a su labor sobrenatural.

... Josune, no olvidaremos sus dulces nanas en euskera, sus cariñicos a los bebés, su encantador trato a los padres, su buena labor en un puesto de trabajo duro, que te carga la cabeza de penas que inevitablemente te llevas a casa; ojalá todas las alegrías y retos que superan todos día tras día pesen más en la balanza final. Seguro que sí.
.. la 'otra' Josune, coincidimos poco con ella pero nos encantó su manera de cuidar al peque y su mano para que tomara sin atragantarse y ponerse de todos los colores sus primeros biberones. Le deseamos todo lo mejor en su próxima maternidad.
... Leyre, puro nervio y acción, generosa en su disposición a darnos clases extra de masajes y reflexología para bebés estreñidos y coliqueros.
... José Manuel, sus dos metros de altura no le impiden manejar con habilidad esas microvidas que pasan por sus manos de gigante verde hospital.
... Julia, la conexión lerinesa que no podía faltar. Este año, ella y Javier se han quedado sin las fiestas del pueblo, pero el que viene seguro que nos cruzamos calle Mayor arriba, calle Mayor abajo. Gracias por los mil biberones que preparó y calentó y por estar al quite en los apuros. 
... Sara,  nuestra maga del tercer pasillo, dulce compañía cuando ya nos encontrábamos en la parrilla de salida y crecían por momentos los nervios y las dudas ante nuestra inminente exposición al mundo exterior.
... Resu, veterana del equipo de limpieza al que tantos fregaos les hemos pisado durante todo este tiempo; por allí andan todas ellas, pasando y repasando cada dos horas todos los rincones del servicio, para que se puedan comer sopas en el suelo.

...Y gracias también a todas las auxiliares de enfermería, a las 'desconocidas nocturnas' que no llegamos a encontrarnos cara a cara hasta el último momento y al personal de la 'trastienda' que no hemos llegado a conocer o con el que no hemos coincidido mucho: las dulces 'maites' (me salen al menos cuatro, a cada cual más increíblemente amable y profesional que la anterior), Carmen, Esperanza, Goretti, Isabel, Marta, Selma, Elisenda, Luisa, otra Amaia, otra Ainara...

Son muchas y aún faltan más. Y todavía no he hablado de los grandes alquimistas del servicio de neonatología: los médicos. Qué decir a Ana Lavilla, que me ha acompañado y comprendido sanitaria y personalmente en este tránsito a la maternidad más de lo que ella imagina. A Javier Guibert, capitán general de este barco, incansable en la búsqueda de la solución perfecta y menos invasiva para cada niño. A Amaia García, que vivió alguno de los peores días de nuestro bebé y también el mejor de todos, cuando por fin, la mañana menos pensada, pudo quitarle su primer respirador, el que nos impidió conocer el llanto de nuestro hijo y cogerle en brazos hasta casi los dos meses de vida. A Maite, que supo animarnos en los primeros días con aquella placa que mostraba un pulmón en evolución favorable, aunque aún quedaba tanto por delante para recuperar el tiempo que la preclampsia nos quitó (más de lo que entonces podíamos siquiera imaginar). A Concha, Nuria, Soledad, Jorge...

Quedo lejos de describir el trabajo que realizan todas estas personas a diario con una apariencia de rutina pasmosa, pero me quedo satisfecha de haber dado al menos algunas de las pinceladas que han hecho especiales a cada una de ellas en nuestro paso por su casa. No queráis conocerlos, al menos en su lugar de trabajo, pero si os toca, sabed que estaréis en buenas manos.

Y sería injusto, ya puestos, no citar a TODOS LOS DEMÁS: 

Al equipo que hizo la cesárea, encabezado por dos mujeres fuertes y sabias, muy a lo Madame Curie, las doctoras Roche y Ruiz.  
Al anestesista mágico, Laureano Buendía... digo Menéndez. Que todos los alumbramientos sean tan poco dolorosos como el que él me propició.
A los médicos y enfermeras de la UCI de adultos. Guardo un recuerdo muy especial de Andrea, que me inició en el arte del sacaleches y me cuidó con tino y dulzura. También de Nekane, que me consoló en la peor de las noches, y de un enfermero de ojos azules que pasaba por ahí, y me dejó desconcertada al convertirse en la primera persona en darme la enhorabuena, muchas horas después del parto. Pues sí, en hora buena.
A todos los profesionales de nuestro centro de salud que han seguido al minuto la evolución de Javier, a las trabajadoras sociales, Laura, Mari Mar y Teresa, a los especialistas que nos han visto y los que están por venir. A la familia, a los amigos, a los conocidos, a los amigos de los conocidos, a los vecinos que ofrecen apoyo "para lo que sea", a los desconocidos que han surgido en el camino, que también los ha habido... 

Así, a bulto, los 70 se nos disparan a más de 300.

300 personas que nos han acompañado en nuestro particular paso de las Termópilas. El camino es estrecho, pero las ganas de ganar esta batalla se hacen hueco por cualquier resquicio. Toma metáfora cursilona. Qué bien traído todo.





martes, 16 de septiembre de 2014

Besonucleosis


Hoy los abuelos maternos han llegado con la noticia de que las gemelitas hijas de unos amigos han pasado un mes y medio fatal con "besonucleosis". Y que fíjate, que los niños que no han pesado 730 gramos al nacer también pasan a veces las de Caín. Ese es el tipo de cosas que se les ocurren decir a los abuelos de bebés prematuros para tranquilizar a los padres de bebés prematuros. Para ilustrar más la historieta, la tía materna ha contado que en una fiesta universitaria el sudor condensado que caía del techo hizo que todo pichichi se contagiara de la tal 'besonucleosis'. Ay, dónde quedó el sudor condensado de las fiestas universitarias.

Después de hablar un poco sobre las últimas tendencias en virus de guardería, nos ha dado por dar un paseo familiar. Hemos ido a la mercería del pueblo para comprar una camiseta interior que tape la barriga del peque cuando le pongo conjuntos de pantaloneta y camiseta. Así disimulo la madre desnaturalizada que llevo dentro y que hace que casi todo el mundo se espante a mi paso por caminos y veredas, ya sea porque tapo al bebé demasiado mucho o demasiado poco, que para todo hay opiniones en el tema del cultivo y crecimiento de personitas.

Total, que hemos salido de la tienda con tres bodies, un mini pantalón de pana azul y un chaquetón de invierno blanco suave suavísimo, con una capucha con orejas de conejo, un must de la moda infantil, por lo poco que sé del tema. Ah, y gomas para arreglar bragas de la bisabuela, que era a lo que íbamos. No le hemos comprado a la dependienta el delantal que llevaba puesto porque no había existencias en blanco. Pero era monísimo.

Por lo demás, vamos bien. Llevamos un mes en casa y nuestro pequeño sobrevive, a pesar de nosotros. Solo tenemos que lamentar que amanezca de sus microsiestas con algún arañazo de más en distintas partes del cuerpo. Queremos pensar que se los hace él mismo. Pero claro, al cuadrante superior de esa  bolilla pelusera que tiene por cabeza no llega, por mucho que estire la zarpa. Así que todo apunta a que alguno le hemos hecho nosotros. Yo, por concretar.

Bichín gana una media de 20 gramos, lo que viene a ser un alma al día, según cálculos de Alejandro González Iñárritu. A nosotros no nos salen las cuentas, porque se trinca casi medio litro de leche en sus ocho tomas reglamentarias, más algunos bonus track de pecho que le caen en los intervalos, lo que viene a ser medio kilo de sustancia. Pensamos que a estas alturas ya casi tendría que tener el tamaño del increíble Hulk, pero aún estamos en los tres kilos y medio, justiviri, justiviri para sus cinco meses en acción. Se ve que gasta calorías a punta pala con sus ya clásicos ejercicios de retroversión de la pelvis, siempre bien acompañados de esa ruidera continua suya, tipo módem de primera generación.

No nos quejamos, desde luego. Eso diabólico de los percentiles con lo que tanto torturan los pediatras a otros padres no va con nosotros. Eso hemos ganado. En nuestro caso, no estancarse es un logro. Y hay que decir que ya superamos de largo los 2.410 gramos de nuestro Guerra y paz que tan lejanos parecían al principio, así que solo nos queda ir cogiendo velocidad de crucero para pasar el charco que nos hemos encontrado en el camino. No tenemos prisa. De momento todo es bastante maravilloso.


viernes, 8 de agosto de 2014

Cosecha del 74

Mi 'coach' de lactancia con su bebé.

Estoy yo tranquila planchando y a la que me descuido, ¡zas!, me mete tres arándanos en la boca. A traición. Compra los brócolis de cuatro en cuatro y despliega su recetario de crucíferas para salpicar mi semana de: brócoli a secas, pasta con brócoli, brócoli con salmón, rissotto con clorofila de brócoli, huevo frito con brócoli, brócoli salteado al wok... Es el padre de la criatura, un fan de los súper-alimentos combinados con panteras rosas. El domingo pasado cumplió 40 años.

Ya ha empezado a acostumbrarse al segundo plano y a que las cosas lleguen con unas horas-días de retraso. Con esto de cuidar a nuestro príncipe del guisante y a mí no le ha quedado tiempo para crisis. Sólo se ha permitido la coquetería de dejarse barba, como hace cada verano en vacaciones, con la diferencia de que este verano no tendrá vacaciones. El domingo ponía morritos al lado de una foto de Hugh Jackman para que le dijéramos que se da un aire. Muy lobezno él.

El regalo que le hemos hecho en casa se ha quedado a medio gas. Le ha caído la biografía de San Francisco Javier de Schurhammer. Unas 4.000 páginas en cuatro tomos, que es como un anti regalo de 40 cumpleaños. Pero son cosas que le gustan a él, lo juro. "Contará hasta cómo se cortaba las uñas", dice, el ilusionado papá.

Jeringuillazo de medicina
Pero lo de no saber qué regalarle es su culpa. Dijo que no me preocupara, que ya buscaría algo que le gustara y lo pasaría por caja.  Algo que le gustara en su caso es un pantalón para ir al monte que tenía localizado "en una web de mercenarios" (sic) y un cinturón con unas hebillas con las que te pueden rescatar en helicóptero. "Aguanta hasta 3.000 kilos, aunque no es muy de vestir ", justifica. Pues que se dé el capricho, carajo, nunca se sabe cuando puedes necesitar que te rescaten en helicóptero.

Además, más allá de regalos lo que más le gusta es una buena reunión de amigos y hacer sus chistes. Como la última vez, cuando Laura dijo, "Pues yo no sabría donde tengo las ruedas de recambio". Y él le contestó: "Tú no tienes ruedas, Laura. Tienes piernas". Y todavía está riéndose de su ocurrencia.

Él, que pensaba que no ibas a resultar demasiado interesante hasta los 7 u 8 años, cuando puedas jugar con Tentes y Legos, cacharrear con el Scatron que te guarda en el trastero y hacer construcciones de arena dignas de tal nombre en la playa, anda desde el minuto cero intentando enseñarte la tabla del uno para que se te quede en el subconsciente y observando, alucinado, todos tus movimientos de superviviente premium. Como cuando te zampas las medicinas como si fueran gominolas buenas o cuando trepaste por primera vez hasta su pecho, demostrando que, tras dos meses de incubadora, aún conservabas intacto tu instinto mamífero.

Besuguera adaptada para colecho.
Entre sus propuestas más insólitas de esta paternidad complicada que nos espera destaca la de comprar una besuguera para que te sirva de coraza si algún rato nos atrevemos a dormir contigo. Son sus nuevos métodos de crianza. No descarto que triunfen. Ya hace décadas que fue un avanzado a su tiempo con lo de hacer tortillas con patatas de bolsa o cerrar heridas con Loctite. Allí estuvieron Ferrán Adriá y la industria farmacéutica, al quite, para sacar partido a estos apaños que pergeña papá en su día a día.




Con la tía materna anda peleándose por ver a quién te pareces más. Que juzguen otros, yo prefiero no meterme en ese fregao. En estos temas mejor permanecer neutral, a la suiza.

La tía materna, bichín y el papá.

Cuando nos dicen que tienes un ojo un poco pocho, que tardarás dos o tres años en tener un pulmón fuerte o que necesitarás rehabilitación, porque los pañales y eso de estar todo el día en la cuna vuelta y vuelta hacen polvo las articulaciones de los bebés prematuros, tu padre salta con eso de que Blas de Lezo también estaba tuerto, manco y cojo y aún y todo se cargaba los barcos británicos de doce en doce.

No sé qué hubiera sido de mí sin él. Si seguiría sacándome leche si no lo tuviera cada medianoche animándome a hacer el último esfuerzo. No sé qué haría sin la pulpa de aloe vera que me prepara para cuidarme alguna heridilla. Sin su brócoli. Sin sus risas. Sin sus besos.

"No hemos podido tener más suerte", es su frase favorita de estos días. Y repite, muy serio, que tenemos un "bebé más bueno que la media" y que, visto por el lado positivo, somos afortunados por haberlo conocido con 81 días de antelación.

Yo soy más realista. Él aporta la magia. Que cumpla muchos más y que tú lo veas.






viernes, 18 de julio de 2014

El príncipe del guisante


Te miro y me acuerdo del cuento 'La princesa del guisante', ese relato de Hans Christian Andersen que haría que Pablo Iglesias se arrancara la piel a tiras. Para los despistados, es la historia de un príncipe que hace un concienzudo proceso de selección y planificación familiar para elegir a su futura esposa, basado en poner a todas las candidatas a princesa a dormir sobre una pila de colchones bajo los que la madre del heredero -la patrona de las suegras exigentes- esconde un guisante. Se supone que la princesa ideal será lo suficientemente fina filipina para detectar ese estorbo. La elegida es la que pasa una noche de perros. Todo muy medieval.

El caso es que me viene a la cabeza el cuento cuando estamos tranquilines en la UCI, tú y yo, y el clip de una carpeta te despierta y desata la tormenta. O cuando las chicas de la limpieza cambian la bolsa de la papelera y tú parece que estés oyendo el derrumbe de las Torres Gemelas o un misil tierra-aire impactando contra un avión de pasajeros, que son cosas que parece que no van a pasar nunca, pero pasan. Y hay que estar alerta, claro. Sí que tienes el oído fino, sí. Todo un príncipe del guisante.

Tu sonido preferido es el ñec-ñec de la suela de goma de las enfermeras contra el suelo. El peor, el clonc metálico de la papelera que tienes justo al lado. De ésta, nos sales campanero o nos pides un gong para revivir tu pasado zen en el hospital.

No sé qué haremos al llegar a casa, cuando el silencio y la oscuridad se ciernan sobre ti. ¿Ya vas a poder dormir sin carreras por los pasillos, sin los pitidos de las máquinas propias y ajenas, sin el zumbido constante de los distintos tipos de respirador que has tenido incrustados en la nariz, sin los susurros de tus ángeles con zapatos de goma? Dicen que el truco es poner la radio. Habrá que probar. La programación deportiva nocturna amansa a las fieras. Dicen.

También nos has salido caprichoso en el tema de las posturas. Te acomodas fácil, pero cualquier cambio te perturba y empieza el berreo. Así que ahí te tenemos, sobre nuestro pecho, intentando respirar lo suficientemente suave para que te relajes con nuestro vaivén pulmonar y lo suficientemente profundo para que nos llegue oxígeno al cerebro y no nos tengan que reanimar también a nosotros. De momento, nos dejas mirar el móvil y a veces hasta leer, siempre que esto no implique pasar muchas páginas. Tenemos trucos para no estornudar cuando te tenemos encima, como pasarnos la lengua por el paladar para que las cosquillas calmen nuestra pituitaria. Pero a veces no funciona y te nos sales disparado de la fase REM. Tan manso que estabas...

Cuando se acaba la paz, empieza el despliegue de medios para tranquilizarte, muy parecido al que utiliza cualquier padre primerizo, con la diferencia de que nosotros hemos descartado aquello estivillista de dejar llorar al niño para que se desahogue y se canse, porque de una de esas te da una hemorragia intracraneal y la liamos. Que eres muy delicado y te pones muy estupendo cuando lloras. Azul oscuro casi negro. Y nos montas unas escenas muy Hellraiser, el infierno en la tierra.

Muy fans de Cocodrilo Dundee y sus técnicas de inmovilización de fieras
A la hora de neutralizar a la fiera, el padre de la criatura prefiere las técnicas de inmovilización aprendidas en la escuela de Cocodrilo Dundee, tipo posar un dedo en el entrecejo de la víctima, mirar fijamente al animal a los ojos, desconcertarle en pleno ataque... Cosas de ese estilo. Las guías para padres ni las mira, a no ser que tengan muchas fotografías y gráficos, que no suele ser el caso. "Sentido común", repite, muy serio. Como si llevara en esto toda la vida.

Hoy cumplimos cien días luchando por respirar a pleno pulmón. Vamos batiendo nuevos récords. Lo bueno es que parece que ha comenzado la cuenta a atrás. Te faltan 200 gramillos de nada para pesar como nuestro famoso ejemplar de 'Guerra y paz'. En un par de días de biberones fortificados con esos polvos que te echan con olor a neumático lo conseguimos.


sábado, 28 de junio de 2014

La vuelta al mundo en 80 días


Una de las peores sensaciones que te puede asaltar en una unidad de cuidados intensivos para recién nacidos es la claustrofobia. Tú no has elegido estar ahí. Tampoco decides cuándo salir. Ni siquiera cuándo puedes acariciar a tu bebé o cuándo quitarle un moco. Estás atrapado. Por eso viene bien echar la imaginación a volar y traspasar esas cuatro paredes, más allá de respiradores, sueros, cables y alarmas. Con suerte, puedes llegar a sentir que el 70% de humedad y los 26 grados de temperatura que se alcanzan allí dentro son en realidad los de una playa cualquiera del Caribe.

Para allá nos fuimos hace poco con Damaris, la enfermera cubana que te bañó por primera vez. Tu primer chapuzón no fue en un triste barreño azul. No. Damaris se las arregló con su sabrosura para transportarnos a una playa de Varadero, ola va, ola viene. También allí te lleva en volandas Miriam, cuando te acompaña a tu particular spa, en el fregadero que hay al fondo a la izquierda. Te dice 'mi amol' mientras te baña y te partes de risa.

Con Annie y su hijo Ivan Ivanov, nuestros vecinos hasta hace poco (a él le han pasado al pasillo 'bueno' y ya no podemos comunicarnos de cuna a cuna), nos hemos marchado muchas tardes a dar una vuelta por Bulgaria. Al monasterio de Rila, donde Annie tiene pensado bautizar a tu compi en cuanto tenga oportunidad. Y a las montañas y playas de este misterioso país balcánico del que hasta ahora sabíamos más bien poco. Que no nos vota en Eurovisión y que está junto al Mar Negro. No mucho más. Ahora nos morimos por probar su banitsa y la musaka que hacen por allá. Annie dice que son deliciosas. En cuanto tengamos dientes, allá que nos vamos a estrenar pasaporte.

También hemos hecho parada en Japón, donde se marcha de luna de miel Erika, una de esas enfermeras mágicas que te cuidó durante los primeros días, cuando pesabas menos que un folleto de los gordos del híper de bricolaje que hay al lado de casa. Estás triste porque se marcha tres semanas. Tu hada buena. A lo mejor ya no te encuentra aquí cuando vuelva, harta de sushi y palacios imperiales. Ojalá. Bueno, ya vendremos a verla. Prometido, no pongas morritos.

Otros días, los primeros, estuvimos imaginando cómo serían esos tipos de Telford, Pennsylvanya, que calibraron tu incubadora a la latitud 42 norte y a los 500 metros de altitud a los que has venido a parar. Allí lejos, al otro lado del Atlántico, fue donde calcularon las condiciones perfectas para que estuvieras lo mejor posible en tu urna de cristal, tu primer hogar. Ése que casi hemos olvidado ahora que ya estás en una cuna que nos acerca poco a poco a la normalidad. Benditos yankies.

Y claro, cómo no, también hemos ido a la Estafeta a correr nuestro primer encierro, silleta para arriba, silleta para abajo. Ya huele a toro en Pamplona, y tú llevas entrenando muchas semanas ante las astas de esta vida esforzada que te ha tocado en suerte.

Con Osasuna hemos bajado a segunda. Pero ese es un viaje más feo de contar. Mejor cambiamos de tema.

80 días ya en este mundo lleno de sitios que visitar y cosas que aprender. Los cumples hoy, justo cuando salíamos de cuentas tú y yo.

Ya pesas casi el triple de lo que llegaste a pesar (casi 1.800 gramos) y te ríes mil veces más. Qué gran viaje.



lunes, 5 de mayo de 2014

Aceitunas con hueso


Me gustaría tener siete vidas, ser menos realista y más mágica, escribir como Unai Elorriaga y despertar del mal sueño que me tiene atrapada desde hace un mes, cuando nació mi primer hijo, Javier, con apenas 730 gramos de peso. Pero casi ninguno de estos deseos parece demasiado posible.

No me quejo del todo. 33 días después del golpe, tengo al menos dos motivos de celebración: que ya han pasado 33 días y que mi pequeño luchador pesa ya un kilo. 1000 gramos clavados en su último paso por la báscula, esta mañana. Casi un kilo y medio menos que un ejemplar de 'Guerra y Paz' editado en condiciones, pero 300 más que un best seller de quita y pon y casi lo mismo que ese libro de Tom Wolfe que tengo olvidado en la estantería, pendiente de leer algún día.



En las últimas semanas, mi cabeza se ha llenado de palabras que jamás hubiera querido incorporar a mis rutinas: preclampsia, displasia, plaquetas, transfusión, óxido nitroso, corticoides, gasiometría, hemograma, monitorización... Calculo que me he lavado las manos unas 150 veces, estoy rompiendo records en improvisación de nanas y acumulo más de cien botes de leche materna repartidos en distintos congeladores de la familia. Sin duda, hay maternidades más felices, pero prometo que la mía lo está siendo, a su manera.       

Intuyo que el mundo se divide entre tres tipos de personas. Los que comen aceitunas sin hueso y sólo sin hueso. Los que toleran las aceitunas con hueso, pero se deshacen de él en cuanto pueden, para coger la siguiente aceituna. Y, por último, los que sólo han conocido las aceitunas con hueso y hasta les han pillado el gusto. Y dejan el hueso rondando en la boca un rato después de haberse comido la aceituna. Y se atragantan. Y alguien les da una palmada en la espalda y se recuperan. O se atragantan todavía más y pasan un mal rato antes de recuperarse de verdad. Y vuelta a empezar.  

Ojalá sólo existieran las aceitunas sin hueso. Pero eso tampoco parece demasiado posible.

Este es el tipo de cosas que piensan algunas madres que tienen un hijo luchando por respirar y por pesar más que un libro de Tolstoi.


En eso y en toda la gente que se ha lanzado a darnos una palmada en la espalda para que escupamos el hueso. Como para no escupirlo. Lo vamos a lanzar más alto que la veleta. 



Nuestro angelico de mil gramos.